¡Ruedas y Trompetas! La Gran Aventura en bicicleta de Eleonor

Eleonor, una elefantita, en su bici roja

Un cuento corto para niñas y niños, que habla de una elefante muy especial y su bici roja.

En la sabana de Colorela, donde los árboles son morados y los leones juegan al parchís los martes, vivía una elefantita llamada Eleonor Trompicuellos Trompitas Tercera, aunque sus amigos la llamaban simplemente Eleonor.

Eleonor acababa de cumplir siete años, y como regalo, sus padres le dieron algo maravilloso, fantabuloso y un poco oxidado:
¡Una bicicleta roja chulísima!

—Es de segunda mano —le dijo papá— ¡Pero le hemos puesto un par de toques especiales!

La bici tenía algunas rascadas en el cuadro y una rueda que hacía “ñeec ñeec” cuando giraba, como si estuviera riéndose bajito. Pero eso no importaba, porque mamá le había puesto unas pegatinas de flamencos y una cesta de color arcoíris. Y lo mejor, lo mejor de lo mejor, era el timbre-bocina. Cuando lo apretabas, sonaba como si un pato con hipo se hubiese tragado una trompeta:
¡PRRUUOOO!

—¡Es perfecta! —gritó Eleonor, dando saltitos.

Pero había un pequeño (bueno, no tan pequeño) detalle:
Eleonor no sabía montar en bici.

—¿Y si me caigo? —preguntó, con los ojos muy abiertos

—Pues te levantas —dijo mamá, dándole una palmada en la espalda.
—¿Y si me caigo otra vez?
—Nos reímos, te curamos el codo y lo volvemos a intentar —dijo papá.

Así que una mañana, con casco, coderas, rodilleras y una rodaja de sandía (por si le daba hambre), Eleonor salió al parque.
Se subió a la bici.
Puso las patas en los pedales.
Respiró hondo.
Y…
¡ZAS!

Cayó de lado.

—Vale… esto es más difícil de lo que pensaba —dijo, sacándose una ramita de la oreja.

Al día siguiente, lo volvió a intentar. Esta vez papá le sujetaba el sillín.
Pedaleó una vez. Luego dos.
—¡Lo estoy haciendo! ¡Lo estoy…—!
¡PLOF!
Boca abajo. Trompa en la hierba.

—Tranquila, Eleonor —le dijo mamá mientras le soplaba una hojita del casco—. —

Durante los siguientes días, Eleonor practicó. Se cayó tantas veces que las ardillas del parque ya tenían preparada una tarima para aplaudirla.
—¡Cinco caídas seguidas! ¡Nuevo récord! —decía la ardilla presentadora.

Pero Eleonor no se rendía.

Y sus padres estaban ahí siempre, animándola con carteles, canciones ridículas y coreografías que hacían que las jirafas se taparan los ojos de vergüenza.

—¡Vamos, campeona!
—¡Tú puedes, Trompicuellos!

Una mañana, después de una noche de lluvia y sueños en los que volaba montada en una bicicleta voladora, Eleonor se despertó con una idea.

—Hoy es el día. Lo siento en la trompa.

Volvieron al parque. Mamá se colocó tras ella.
—¿Lista?
—Lista.
—¿Segura?
—Segurísima.

Mamá la sujetó. Papá sacó su vieja cámara para grabar.
Eleonor pedaleó.
Y mamá soltó el sillín.

Pero esta vez, algo distinto pasó.
No se cayó.
No se tambaleó.
Y la bici no se rió con su “ñeec ñeec”…
¡Porque estaba DEMASIADO OCUPADA RODANDO A TODA VELOCIDAD!

—¡Estoy montando en bici! ¡Estoy montando en bici! —gritó Eleonor, tan feliz que casi se olvidó de frenar.
—¡Frena, Eleonor! ¡Frena! —gritó mamá desde lejos.
—¿Dónde está el botón de parar? ¡AHHH!

La bici siguió rodando. Atravesó un grupo de patos en formación (que aplaudieron con las alas), pasó junto a un arbusto, giró en una curva llena de barro y…
¡FSSSHHHH!

Eleonor acabó con barro hasta detrás de las orejas, pero riendo a carcajadas.
—¡Lo conseguí! ¡Monté en bici! ¡Y solo atropellé a dos arbustos!

Sus padres corrieron a abrazarla.

—Estamos orgullosos de ti —dijo papá, emocionado.
—Has sido valiente, constante y un poco loca. ¡Eso es perfecto! —añadió mamá.

Desde aquel día, Eleonor no se bajaba de su bici roja.
Iba a la escuela en bici.
Al parque en bici.
A la ducha no, porque mojar la bici está prohibidísimo por el Manual de Bicicletismo de la Sabana (capítulo 3, página 8, al lado del dibujo del hipopótamo con flotador).

Y por supuesto, su timbre-bocina se convirtió en el más famoso de todo Colorela.
¡PRRUUOOO!
(Que en idioma pato significa: “¡Soy una elefanta sobre ruedas, cuidado que voy!”)

Un día, Eleonor se encontró a un avestruz pequeñito intentando aprender a montar en bici.

—¿Te ayudo?
—¿Y si me caigo? —dijo el avestruz.
—Pues te levantas —dijo Eleonor.
—¿Y si me caigo otra vez?
—Nos reímos, te curo el ala y lo volvemos a intentar.

FIN