Martina, insectópolis y su miedo a hablar en público.

Martina y el escarabajo pelotero, cuento sobre el miedo de hablar en público

Un cuento infantil sobre la vergüenza y el miedo de hablar en público, con una insectóloga muy especial.

Había una vez una niña llamada Martina, que no tenía miedo a los monstruos, ni a los rayos, ni siquiera a las lentejas de la abuela Ernesilda (que eran legendarias por provocar terremotos estomacales).
Solo le tenía miedo a una cosa: Hablar en público.

—Martina, cielo, no te puede dar tanto verguenza hablar delante de la clase —decía su madre mientras le peinaba una trenza como si fuera una cuerda para escalar montañas—. ¡Solo son tus compañeros!

—Exacto —pensó Martina—. Mis compañeros. ¡Los que se ríen si te tropiezas, si dices “esdrújula” como “estrújula” o si llevas una pegatina en el culo sin darte cuenta!

Martina estaba en tercero de primaria, en el colegio Bostezo alegre, en una ciudad muy corriente, en un planeta que gira y gira sin pedir permiso.
Pero esa semana nada fue normal.

Porque esa semana, la clase entera iría al Museo de Ciencias Naturales, que tiene esqueletos de dinosaurios, trozos de meteoritos y, lo peor de todo: la exposición temporal de insectos.

—¡Vamos a hacer una presentación por grupos! —anunció la profesora Maru—. Cada uno preparará un párrafo sobre su insecto favorito, y el viernes haremos una exposición delante de TODO el colegio. ¡Emoción máxima!

«Emoción máxima» no era lo que sentía Martina. Lo que ella sentía se llamaba pánico masticado con sirope de nervios.

El grupo de Martina eligió el tema “Insectos raros pero guays”, y a ella le tocó preparar un párrafo sobre el escarabajo pelotero. Lo cual, sinceramente, no ayudaba.

—¿En serio tengo que hablar delante de todo el mundo sobre un bicho que empuja bolas de caca con las patas? —suspiró Martina.

—Sí —dijo su amiga Gaby—. Pero lo haces con gracia y te aplauden. Y si no… piensa que podrías haber tenido que hablar del escorpión bailón. Ese que se sacude el trasero cuando se enfada. Como mi primo.

El día de la visita al museo llegó más rápido que un mosquito hambriento en verano.

Martina se puso su camiseta de la suerte (con un gato astronauta) y subió al autobús con cara de “ojalá me trague una oruga mutante antes de llegar”.

El Museo de Ciencias Naturales era ENORME. Y olía a mezcla de polvo viejo, cera para suelos y coleópteros. Que, por si no lo sabías, son escarabajos con nombre de grupo de rock.

Había vitrinas con mariposas de todos los colores, bichos palo que parecían espaguetis con patas, y una sección donde podías ver hormigas trabajando más que un grupo de abuelas preparando croquetas para una boda.

Pero lo más impactante fue la sala de insectos.

Había una mantis religiosa del tamaño de un sofá, una cucaracha con cara de político y… el escarabajo pelotero.

—Mira, Martina —dijo su profe—, ¡ahí tienes a tu bicho!

—Sí —dijo Martina, intentando parecer entusiasta mientras observaba la enorme figura de escarabajo empujando una pelota marrón del tamaño de una sandía—. Es… ¿majestuoso?

Y fue entonces cuando ocurrió.

Mientras los demás niños se iban al rincón de los grillos musicales, Martina se quedó atrás. Y, sin querer, apoyó la mano sobre la vitrina del escarabajo pelotero. Y la vitrina…

ZAAAP.

Un rayo de estática, como el que te da tu jersey favorito, pero a lo bestia, le recorrió el cuerpo. Y Martina desapareció.


Cuando abrió los ojos, estaba en el suelo. Pero no en el museo. Estaba en un bosque rarísimo, lleno de hojas gigantes, hormigas que caminaban en fila y una mariposa que le guiñó un ojo.

—¿Dónde estoy? —preguntó Martina, aunque no esperaba respuesta.

—¡Estás en Insectópolis! —dijo una vocecita chillona.

Martina se giró y vio al escarabajo pelotero. ¡Pero no de cartón! ¡Uno de verdad! Con gafas, pajarita y voz de profesor de universidad.

—¡Has sido elegida, Martina! —exclamó el escarabajo—. Eres la humana que hablará por todos nosotros en la Gran Conferencia Insectil.

—¿Yo? ¿Hablar? ¿Por vostros?

—¡Sí! —dijeron cien bichos a la vez desde los arbustos.

Una mariquita con gorra le dio un papel.

—Este es tu discurso —dijo—. Solo tienes que leerlo con voz fuerte y clara.

Martina tragó saliva.

—Pero… me da vergüenza. Y además, sois un montón.

—Martina —dijo el escarabajo con solemnidad—. Si nosotros, que somos pequeñitos, raros, y tenemos más patas que buenas ideas, podemos hacer cosas increíbles, tú también puedes.

—¡Tú puedes! —gritó un saltamontes haciendo la ola.

—¡Eres nuestra representante humana! —dijo una abeja. —¡Vamos, chica, a por todas!

Martina respiró hondo, abrió el papel… y empezó a hablar.

Contó cómo el escarabajo pelotero usa el Sol para orientarse. Cómo las abejas hacen matemáticas con las alas. Cómo las hormigas cultivan hongos. Cómo los grillos cantan con las piernas.
Y, por primera vez, no le tembló la voz.

—¡Bravo! —gritaron los insectos—. ¡Insectóloga honorífica!

Y en ese momento…

ZAAAP.

Martina volvió a estar en el museo, tumbada en el suelo, con el escarabajo pelotero de cartón mirándola con su cara impasible de escayola.

—¿Estás bien? —preguntó la profe—. ¡Te habías quedado en babia!

—Sí… creo que solo estaba… practicando —sonrió Martina, como si acabara de soñar algo muy, muy raro.


Viernes. Día de la gran exposición.

La clase estaba reunida en el gimnasio. Familias, profes… Todos esperando.

Cuando le tocó su turno, Martina subió al micrófono. Tragó saliva. Miró a Gaby. Pensó en el escarabajo con pajarita.

Y habló.

—Hola. Yo voy a hablarles del escarabajo pelotero. Un insecto que empuja bolas de excremento más grandes que él mismo. Y aunque parezca asqueroso, en realidad es un héroe del reciclaje.

Risas. Aplausos. Más risas. Nadie se rió de ella. Con ella, sí. De ella, no.

Cuando terminó, hasta el conserje le guiñó un ojo (o quizá fue un tic nervioso, nunca se sabrá).

Esa noche, Martina dejó su trenza suelta, por primera vez en semanas. Su madre le preguntó:

—¿Y qué tal fue?

—Fue genial. Hablar delante de todos no da tanto miedo si sabes de lo que hablas. Y si has estado practicando en Insectópolis, claro.

La madre la miró sin entender nada.

Y Martina solo sonrió, como hacen los que saben algo que los demás aún no han descubierto.

Fin.

🛠️ Ideas y herramientas para trabajar este cuento con tus pequeñ@s libronautas

🗨️ 1. Preguntas para hacer a tus peques, para fomentar la comprensión, el pensamiento crítico y vuestro vínculo

  1. ¿Alguna vez has sentido vergüenza o miedo al hablar delante de los demás? ¿Qué crees que ayudó a Martina a superarlo?
    Esta pregunta puede abrir una conversación sobre los miedos cotidianos y cómo afrontarlos con imaginación, humor o apoyo.
  2. Si tú viajaras a Insectópolis, ¿qué insecto te gustaría representar y por qué?
    Les ayuda a conectar con su creatividad, con el mundo natural y con el valor de expresarse.
  3. ¿Qué crees que pensó Martina al final, cuando todos la aplaudieron? ¿Cómo habría cambiado su forma de ver el miedo?
    Ideal para hablar sobre autoestima, logros y la importancia de atreverse.

🎓 2. ¿Qué hemos trabajado? Resumen pedagógico del cuento

Este cuento es una joya para trabajar emociones complejas como la vergüenza, el miedo escénico y la autoimagen. A través de una aventura fantástica, los peques pueden identificarse con los nervios de Martina y aprender que:

  • El miedo no es algo malo: forma parte del crecimiento y se puede transformar.
  • Hablar en público se puede aprender: con práctica, confianza y un toque de imaginación.
  • Conocer bien un tema y recibir apoyo ayuda a superar los bloqueos emocionales.
  • La autoestima crece cuando enfrentamos retos, aunque al principio parezcan imposibles.

También se refuerzan habilidades como la empatía, la curiosidad científica, y la expresión oral. Y todo con mucho humor, imaginación y un enfoque respetuoso con las emociones.

🔍 3. Datos científicos y curiosidades

Este cuento abre la puerta a muchísimas curiosidades científicas. Aquí van algunas para compartir con tus libronautas:

🪲 Los escarabajos peloteros son auténticos héroes del ecosistema: ayudan a reciclar excrementos, mejoran el suelo y evitan plagas.

🐝 Las abejas se orientan con patrones solares y pueden «contar» en cierto modo: su famosa danza comunica la distancia y dirección hacia las flores.

🐜 Algunas especies de hormigas cultivan hongos para alimentarse: ¡como auténticos agricultores del mundo insecto!

🎻 Los grillos “cantan” frotando sus patas: lo que se llama estridulación. Cada especie tiene su propio “ritmo”.

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