Un cuento infantil que nos habla de la importancia de escuchar al cuerpo. ¡Y de hacer pipí a tiempo!
En lo profundo del Bosque Tontilunado, justo donde los árboles susurran secretos (como “no toques eso” o “¡ay! eso era mi rama”), vivía un duendecillo de pelo alborotado y botas desparejadas llamado Luno.
Luno era muchas cosas: curioso, travieso, excelente coleccionador de piedras que parecían patatas… pero lo que no era, bajo ningún hechizo o encantamiento, era puntual para hacer pipí.
—Puedo aguantar un poco más —decía siempre, cruzando las piernecitas.
Su mamá duende, una señora con gafas enormes y voz de campana oxidada, solía decir:
—Luno, ¡Ve al baño antes de que ocurra una tragedia!
Pero Luno, claro, era un experto en evitar cosas importantes. Prefería construir catapultas con cucharas o entrenar caracoles para carreras.
Una mañana soleada (con un 37% de posibilidades de lluvia de rana, como siempre), el Bosque Tontilunado celebraba su Gran Concurso de Tartas Explosivas. Las reglas eran sencillas:
- Hornear la tarta más sabrosa.
- Que explote al menos una vez.
- ¡No causar incendios mas altos que tres arbustos!
Luno se despertó emocionado, dando saltitos de alegría.
—¡Hoy es el día, señora castaña! —le gritó a un árbol que claramente no era una señora castaña.
Tan pronto como bajó rodando por la colina que servía de cama (los duendes no usan camas normales, eso es cosa de ogros organizados), Luno tomó su delantal, su libro de recetas y… ignoró por completo las señales de su cuerpo, que intentaba avisarle de que tenia pipí…
—Después, después —pensó.
¡A Preparar la Tarta!
La cocina comunal estaba llena de duendes, elfos con sombreros de chef y un par de sapos que habían conseguido empleo como catadores profesionales. Luno se puso manos a la obra.
—Una pizca de polvo de frambuesa… una nube de azúcar chispeante… ¡y una cucharada de zumo de burbuja dragón!
Todo iba perfecto. Excepto, claro, por el hecho de que Luno ya bailaba el baile del “me-hago-pipí-pero-lo-quiero-hacer”.
—¿Todo bien, Luno? —preguntó su amiga Trufa, mientras su tarta soltaba una pequeña explosión con olor a canela.
—¡Súper! —dijo Luno, con una sonrisa apretada.
Pero entonces ocurrió la catástrofe.
La Gran Explosión… y Algo Más
Luno estaba a punto de meter su tarta en el horno cuando su vejiga, cansada de esperar como un troll en una fila para el baño, tomó el control.
PSSSSHHHHHHHHHHHHHHHHH…
Un silencio absoluto cayó sobre la cocina. Hasta los sapos se quedaron quietos. Una gotita resbaló por la pierna de Luno. La tarta se le cayó de las manos. El horno estornudó.
—¿Eso fue… lluvia? —preguntó un duende anciano con voz esperanzada.
—No… —dijo Trufa, entrecerrando los ojos—. Eso fue Luno.
Luno se puso rojo. Rojo tomate. Rojo remolacha. Rojo «he-arruinado-el-concurso-y-además-me-he-hecho-pis».
—¡Ups! —dijo, tratando de reírse—. ¡Tarta líquida, versión nueva!
Nadie se rió. Bueno, un sapo soltó un croac que podría interpretarse como risa nerviosa, pero nada más.
Poco después, Luno fue llevado ante el Consejo de los Hornos, un grupo de ancianos cocineros que llevaban gorros tan altos que asustaban a las nubes.
—Luno del Bosque Tontilunado —dijo la jefa del consejo, una duenda con bigote y un cucharón como cetro—, ¿tienes algo que decir en tu defensa?
Luno bajó la mirada.
—Debí ir al baño antes. Pero quería hacer mi tarta. Pensé que podía aguantar… pero no.
Un murmullo recorrió la sala. Muchos asentían. Una vieja duenda se limpió una lagrimita.
—Todos hemos estado ahí, chico —dijo uno de los hornos, que curiosamente también hablaba—. ¡Yo mismo me apagué de la vergüenza una vez en pleno asado!
Risas. Verdaderas esta vez.
—¡Que Luno sea perdonado! —declaró la jefa del consejo—. Y que haga pipí antes de cocinar cualquier cosa. ¡Por ley!
La Redención del Duendecillo
Luno fue perdonado, pero no volvió a su casa con las manos vacías. Aunque su tarta se arruinó, su sinceridad tocó los corazones (y las vejigas) de todos.
Esa noche, mientras se acurrucaba en su colina-cama, su mamá le sirvió un tazón de sopa chispeante y le dijo:
—Estoy orgullosa de ti, Luno. No por lo del pis… eso no. Pero por decir la verdad, sí.
Luno sonrió, ya en pijama, y justo cuando estaba a punto de dormirse, su madre gritó desde la cocina:
—¡¿Fuiste al baño, Luno?!
Y esta vez, sí fue.
FIN.