El viaje de octavio

El viaje de octavio, un bebe pulpo

Había una vez, en lo más profundo del Océano, un pequeño pulpo llamado Octavio. Octavio estaba muy orgulloso de ser un cefalópodo, (que no es una palabrota, sino el grupo de animales a los que pertenecen los calamares, las sepias y otros curiosos seres de ocho patas). Sobre todo porque le encantaba cambiar de color, algo que hacía a su antojo, pero también según su estado de humor: Cuando estaba feliz, se volvía amarillo como un sol pequeñito. Cuando estaba asustado, se ponía blanco como una nube. Y cuando se enojaba… ¡se volvía rojo como un tomate de mar!

Un día, mientras Octavio jugaba con su amigo, el pez globito Rufi, el mar comenzó a moverse de un lado a otro. Se levantó una tormenta submarina, con corrientes tan fuertes que arrastraron a Octavio lejos, muy lejos de su casa.

Cuando la tormenta terminó, Octavio abrió sus ojitos y miró a su alrededor. ¡No reconocía nada! No había visto nunca esos corales altos como torres ni esas algas que bailaban como si escucharan música. ¡Estaba perdido!

—¿Hola? ¿Hay alguien aquí? —preguntó con su vocecita temblorosa.

De pronto, un enorme cangrejo con una pata más grande que la otra se asomó desde una roca.

—¡Eh, pequeño! ¿Qué haces por aquí solo? ¿Estás buscando problemas? —preguntó con voz ronca.

Octavio se puso blanco del susto y negó rápidamente con sus tentáculos.

—No, no, sólo me perdí en la tormenta. ¿Sabe cómo puedo volver a mi casa?

El cangrejo rascó su caparazón y luego señaló con su gran pinza.

—Tal vez la señora Estrella de Mar pueda ayudarte. Vive en ese arrecife con forma de espagueti.

Octavio dio las gracias y nadó hasta el arrecife. Allí encontró a una estrella de mar con unas gafas enormes y un montón de libros apilados en el suelo.

—¡Oh, hola, pequeño viajero! —dijo la estrella de mar acomodándose las gafas—. ¿Necesitas ayuda?

Octavio asintió.

—Me perdí en la tormenta y quiero volver a casa. ¿Sabe cómo puedo hacerlo?

La señora Estrella de Mar hojeó un libro titulado Mapa del Océano para Despistados y dijo:

—Para volver a casa, debes seguir las burbujas del pez payaso, pasar por la cueva de las anguilas dormilonas y luego nadar recto hasta encontrar el bosque de algas altas.

—¡Gracias, gracias! —exclamó Octavio emocionado, volviéndose amarillo brillante.

Octavio siguió las burbujas del pez payaso, pero en el camino se encontró con un problema. ¡Un pez espada grandote merodeaba por el camino!

—¡Oh, no! ¿Cómo pasaré sin que me vea? —se preguntó Octavio.

Entonces recordó que los pulpos pueden lanzar tinta. ¡Tal vez si hacía una cortina de tinta, podría pasar sin ser visto!

Octavio tomó aire y… ¡pufff! Soltó un chorro de tinta que oscureció el agua. Con mucho cuidado, deslizó sus tentáculos sobre la arena y pasó sin que el pez espada se diera cuenta.

—¡Uff! —suspiró al llegar al otro lado.

Luego nadó hasta la cueva de las anguilas dormilonas. Las anguilas roncaban enredadas unas con otras como un ovillo de espaguetis. Octavio se movió con cuidado, pero de pronto… ¡achís! ¡Estornudó tan fuerte que una anguila se despertó!

La anguila abrió un ojo perezoso y murmuró:

—Mmm… cinco minutos más… —y volvió a dormirse.

Octavio se tapó la boca para no hacer más ruido y siguió nadando hasta el bosque de algas altas. ¡Y allí, finalmente, vio algo que le resultó familiar! ¡Era la cueva de su familia!

—¡Mami! ¡Papi! —gritó mientras nadaba rápidamente.

Su mamá pulpo, al verlo, se volvió morada del susto, luego rosa de alegría y lo envolvió con sus largos tentáculos.

—¡Octavio! ¡Nos tenías preocupados!

—¡Me perdí en la tormenta! —contó Octavio—. Pero conocí un cangrejo gruñón, una estrella de mar sabia, esquivé un pez espada y desperté a una anguila dormilona. ¡Y todo para volver a casa!

Su papá pulpo sonrió y le revolvió la cabeza con un tentáculo.

—Eres muy valiente, pequeño explorador.

Esa noche, Octavio durmió abrazado a su mamá y a su papá, sintiéndose feliz y seguro en su hogar. Y aunque la aventura había sido emocionante, decidió que, por un tiempo, prefería jugar cerquita de casa.

Fin.