Blacky y el misterio de los arándanos perdidos

Un murciélago comiendo arándanos

Un cuento para niños y niñas de 5 a 9 años, que nos habla de lo bueno de ser distintos y que nos enseña como «ven» los murciélagos.

Había una vez, en el Bosque de la Medialuna, una cueva llena de murciélagos, colgados como calcetines negros del techo. Todos dormían por el día y salían a volar por la noche, como es tradición entre murciélagos bien educados.

Entre todos ellos, vivía un pequeño murciélago llamado Blacky.

Blacky era negro como una cacerola quemada, tenía unas orejas enormes (ideales para escuchar chismes nocturnos), y una risita muy contagiosa que sonaba como si alguien sacudiera una bolsa de caramelos.

Pero había un problema. Bueno, en realidad no un problema-problema:

A Blacky no le gustaban los insectos.

—¡Puaj! —decía cada vez que alguien le ofrecía una polilla crujiente—. ¡Tienen ojos saltones y patitas que hacen cosquillas en la lengua!

Lo que Blacky realmente adoraba eran… ¡los arándanos! Dulces, jugosos, redonditos y azules como el cielo justo antes de hacerse noche. También le encantaban las moras, las frambuesas, e incluso esas pequeñas fresitas salvajes que te dejan los dientes rojos como un ogro con dolor de muelas.

—¡Pero Blacky! —le decían sus amigos murciélagos—. ¡Los arándanos no vuelan!

—¡Por eso me gustan! —respondía él con una sonrisa—. ¡No me gritan cuando me los como!

Blacky vivía con un grupo muy simpático de murciélagos que se hacían llamar “El Club de los Murciélagos Majos y Algo Ruidosos”. Sus amigos eran todos únicos, y eso era lo que más le gustaba a Blacky.

Estaba Zapa, que tenía las alas más grandes de la cueva y podía hacer volteretas triples en el aire. Decía que de mayor quería ser piloto de libélulas (aunque nadie tenía muy claro cómo se pilotaba una libélula).

Luego estaba Tina, que tenía la mejor puntería del bosque. Podía lanzar una semilla de girasol y acertarle a una bellota a veinte metros de distancia. ¡Con las patas!

Y por supuesto, Morti, que hablaba en verso sin querer:

—La noche es oscura, el aire sereno,
y tengo un mosquito pegado en el pelo.

(Lo cual era bastante normal en un murciélago, pero lo decía con tanta elegancia que todos aplaudían.)

A pesar de que Blacky no comía bichos, sus amigos nunca se burlaban de él.

—¡Lo diferente mola! —decía Zapa.

—¡Viva la fruta! —gritaba Tina.

—¡Y la poesía también! —añadía Morti, aunque nadie le había preguntado.

Puede que estas alturas del cuento te estés preguntando: “Pero si los murciélagos vuelan de noche, ¿cómo no se chocan con los árboles, los búhos o las farolas?”

¡Pues gracias al sonar!

Los murciélagos no ven muy bien, pero hacen algo más chulo: gritan.

Bueno, no gritan-gritan como cuando pisas un Lego. Más bien emiten unos sonidos muy agudos, que hacen “pi-pi-pi-piiiii”. Estos sonidos rebotan en las cosas, como una pelota invisible que va y vuelve. Cuando el sonido regresa, el murciélago sabe si hay algo delante, detrás, o haciendo el pino a tres metros.

—¡Es como tener ojos en las orejas! —explicaba Blacky—. ¡Pero sin tener que limpiarte los párpados!

Así es como encontraba los arbustos de arándanos más jugosos del bosque. Mandaba su sonar pi-pi-pi hacia los arbustos, escuchaba el rebote, y decía:

—¡Allí hay algo gordito, redondo y probablemente delicioso!

Una noche, mientras todos volaban como murciélagos normativos, buscando polillas sabrosas, Blacky fue directo a su arbusto favorito, ese que crecía junto a la piedra que parecía un pato sentado.

Pero… ¡horror! ¡Desastre! ¡Catástrofe frutal!

Los arándanos habían desaparecido.

Blacky voló en círculos, hizo sonar su sonar, incluso les preguntó a unas lechuzas (que siempre saben de todo en los cuentos), pero nada. Ni un solo arándano, ni una mora despistada.

—¿¡QUIÉN SE HA COMIDO MIS FRUTAS!? —gritó Blacky.

—¡No he sido yo! —dijo una ardilla.

—¡Ni yo! —respondió un zorro bostezando.

—¡Yo sólo como champiñones! —dijo un erizo con acento francés.

Blacky volvió volando a la cueva con las alas arrastrando como si llevara una mochila llena de piedras.

—¿Qué pasa, Blacky? —preguntó Tina.

—¡Se han comido mis arándanos!

Zapa frunció las cejas (lo cual es difícil para un murciélago).

—¿Seguro que no se cayeron? ¿O que algún ciervo glotón no se los llevó?

—¡No hay ni una huella! ¡Ni una frambuesa mordida! ¡Es un misterio!

Morti se puso serio, lo cual también era un poco raro y dijo:

—Cuando la fruta desaparece del arbusto encantado,
el culpable es peludo, con el hocico empapado…

—¡Eso no ayuda nada, Morti! —se quejó Zapa—. Pero gracias por la rima.

Esa misma noche, el Club de los Murciélagos Majos elaboró un plan.

—Tendremos que poner una trampa —dijo Tina.

—O una cámara de fotos —añadió Zapa—. Aunque no tenemos cámaras. Ni pulgares.

—Yo me escondo entre las hojas y hago sonar mi sonar —dijo Blacky—. Si algo se mueve, ¡lo sabré!

Así lo hicieron.

Esa noche, mientras el bosque dormía, Blacky se escondió en el arbusto. Envió pequeñas ráfagas de sonar… pi-pi-pi. Todo parecía tranquilo.

Hasta que ¡crack!… algo pisó una ramita.

Pi-pi-pi…

Allí estaba.

Una forma redonda. Pequeña. Peluda.

¡Un mapache!

El mapache estaba usando un colador como casco y llevaba una mochila llena de frutas del bosque.

—¡Ajá! —gritó Blacky, saliendo del arbusto—. ¡Ladrón de arándanos!

El mapache se detuvo en seco.

—¡No soy ladrón! ¡Soy recolector independiente! ¡Los recolectores no roban, recogen!

—¡Pero este arbusto es mío! ¡Lo encontré con mi sonar!

El mapache se encogió de hombros.

—No vi tu nombre. ¿Dónde está la señal de “Propiedad de Blacky”?

Y claro, tenía razón.

—Mira, no quiero líos —dijo el mapache, bajando la mochila—. ¿Qué te parece si compartimos? Yo te guardo los mejores arándanos, y tú me das algunas de esas moras que están en lo alto. ¡Tú puedes volar, yo no!

Blacky lo pensó.

—¿Cómo te llamas?

—Alfredo.

—Vale, Alfredo. Trato hecho.

Y desde ese día, Blacky no sólo tuvo un nuevo arbusto de arándanos, sino también un nuevo amigo.

Todos los murciélagos sabían que estaba bien ser distinto: algunos comían insectos, otros preferían fruta, y uno hablaba como si hubiera salido de un libro de poesías.

Y eso era genial.

Porque lo importante no era lo que comías, sino cómo brillabas cuando eras tú mismo.

Y por supuesto, cómo usabas tu sonar para encontrar lo que más te gustaba.

—¡Pi-pi-pi! —decía Blacky con una sonrisa, antes de zamparse otro arándano.

FIN.

🧭 Ideas y herramientas para trabajar este cuento con tus pequeñ@s libronautas

1️⃣ Preguntas para hacer a tus peques, para fomentar la comprensión, el pensamiento crítico y vuestro vínculo:

  • ¿Qué te parece que Blacky prefiera fruta en vez de insectos? ¿Crees que está bien que a cada uno le gusten cosas diferentes?
  • ¿Qué habrías hecho tú en lugar de Blacky cuando descubrió que alguien se había llevado sus arándanos? ¿Te parece que encontró una buena solución?
  • ¿Cómo crees que se sintió Blacky al hacer un nuevo amigo tan distinto como Alfredo? ¿Tú también tienes amig@s que son muy diferentes a ti?

Estas preguntas son una excusa perfecta para hablar sobre la diversidad, la resolución de conflictos y la empatía… ¡mientras os reís recordando el casco-colador del mapache!

2️⃣ ¿Qué hemos trabajado? 🧠 Resumen pedagógico del cuento

Este cuento encantador trabaja valores esenciales en la infancia, como:

  • 🌈 La aceptación de las diferencias: Blacky es distinto al resto de murciélagos, ¡y eso no solo está bien, sino que lo hace único!
  • 🕵️ La resolución de conflictos de forma pacífica: en lugar de enfadarse, Blacky y Alfredo dialogan y llegan a un acuerdo cooperativo.
  • 🐾 La empatía y la colaboración: aprender que compartir y ayudarse es más divertido que discutir por lo que «es mío».
  • 🌟 La autoestima y la identidad: el cuento celebra la importancia de ser uno mismo, sin intentar encajar en moldes ajenos.

3️⃣ Datos científicos y curiosidades 🔍

¿Tus peques han flipado con el sonar de los murciélagos? Aquí tienes algunas curiosidades para seguir explorando juntos:

  • 🦇 Ecolocalización: Los murciélagos utilizan sonidos de alta frecuencia que rebotan en los objetos para saber dónde están. ¡Es como un GPS natural en estéreo!
  • 🍇 Murciélagos frugívoros: Aunque muchos comen insectos, hay especies que prefieren fruta. Son claves para la biodiversidad porque ayudan a esparcir semillas.
  • 🌌 Son animales nocturnos: Salen a buscar comida cuando el resto del bosque duerme. Sus sentidos están adaptados a la oscuridad, ¡por eso son tan silenciosamente espectaculares!
  • 🐾 El mapache, ese pícaro: Aunque en Europa no es autóctono, en cuentos y cultura popular aparece como un animal astuto, curioso y algo pillo… ¡igual que Alfredo!

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